domingo, 17 de mayo de 2009

El primer secreto bien guardado

¡Por fin había nacido mi hermano! Salió como por un tobogán, cabeza abajo y, en ese momento, me acordé de cuando iba a la plaza. A partir de ese día, todo fue distinto.

Desde el principio nos entendimos perfectamente. Yo lo miraba, me reía y él me guiñaba el ojo como si ya me comprendiera. Pero hubo un día en especial que lo recuerdo muy bien porque sucedió algo que nos convirtió en inseparables: el día que Ulises empezó a toser mariposas. Ése fue nuestro primer secreto.

Yo tenía cuatro años y Ulises dos. Mamá me pidió que lo cuidara mientras ella se daba un baño. Estábamos, entonces, los dos solos. Siempre pensé que aquélla no había sido la primera vez porque Ulises comenzó a toser sin sorprenderse en lo más mínimo. En menos de cinco minutos el comedor estaba lleno de mariposas multicolores que se escabullían por la chimenea del hogar.Yo trataba de atraparlas, pegaba saltos y extendía las manos, pero ellas eran muy astutas y se me escapaban... así me enseñaron que lo mejor era dejarlas volar como quisieran.

Cuando mamá salió del baño, sólo quedaban dos de alas enormes dando vueltas cerca nuestro. Y mamita nos dijo:

- ¡Miren las mariposas!

Y nosotros asentimos con la cabeza y nos quedamos sentados sin decir nada. Si hubiera visto lo que ocurría un momento antes... ¡qué sorpresa se hubiera llevado!, pensé.

Con mi hermano nos pasábamos el día entero jugando en el jardín y claro, siempre estaba lleno de mariposas ya que Ulises las tosía cada mañana. ¡Qué linda mamá!, pensaba que venían por las flores que ella cuidaba.

Y todo estaba tranquilo hasta que llegó ese vecino loco que no tuvo mejor idea que ponerse a cazar las mariposas que salían de nuestro jardín. Claro que siempre esperaba que cruzaran el límite de su casa. Se ocultaba con su red detrás del cerco de flores y cuando las tenía al alcance... ¡zaz! las atrapaba. Luego supimos que las clavaba con alfileres en pequeñas cajas de cristal y se las vendía a los museos de ciencias naturales.

Yo no estaba dispuesta a permitir que continuara con esa masacre y mucho menos Ulises que las hacía nacer de su propia tos. Era lógico, él les tenía un cariño especial.

Ese vecino se llamaba Horacio y era un grandulón peludo, por lo cual comenzamos a decirle el Oso Lacio para que nadie supiera de quién hablábamos. Ulises me avisaba: “Ozoazio” y lo señalaba con el dedo, pero ese desgraciado ya se había escondido detrás de alguna planta.

El Oso Lacio cazaba las mariposas con una red pequeña que había construido él mismo, pero un día vino a nuestras mentes una idea genial: se nos ocurrió hacerlo caer en su propia trampa.

Una noche, cuando mamá y papá dormían, nos levantamos con Ulises y pusimos en marcha nuestro fantástico plan. Sabíamos que el Oso Lacio se levantaba temprano y que si veía mariposas a esas horas se volvería loco de emoción y se metería en nuestro jardín sin importarle nada.

Entonces construimos una gran red “atrapadora” de Osos Lacios. La malla tenía el tamaño suficiente para cubrirlo por completo. Una vez que cayera, nosotros, escondidos en nuestra casita de la palmera, tiraríamos del cable que dejaría caer la red sobre él y lo inmovilizaría. Pretendíamos darle el gran susto de su vida para que dejara de crucificar estos hermosos insectos de colores.

Todavía estaba oscuro cuando Ulises comenzó a toser mariposas. Tosió y tosió hasta que el jardín era una gran nube de alas de colores diferentes. El Oso Lacio pareció presentirlas y salió pocos minutos después. Miró hacia todos lados y como no vio a nadie (nosotros estábamos muy bien escondidos) cruzó el cerco y se metió en nuestro jardín. Daba saltos y atrapaba nuestras mariposas -el muy descarado-, pero poco a poco fue acercándose a lo que sería su fin, su gran escarmiento.

Cuando estuvo en el lugar preciso, Ulises y yo tiramos del cable y la red lo atrapó. El Oso Lacio comenzó a gritar asustado y en seguida salimos corriendo y nos metimos en casa.

Mamá y papá prendieron la luz del jardín y salieron a ver qué sucedía. Lo encontraron llorando al grandulón, apresado en la red llena de mariposas y más asustado que cucaracha en un baile de gallinas. Lo ayudaron a salir y el Oso Lacio corrió desesperado y se metió en su propia casa. Nuestros padres nunca encontraron una explicación a lo que había ocurrido. Después de liberar a Oso Lacio fueron a nuestra habitación pero, Ulises y yo dormíamos como dos angelitos...

De esa manera, logramos nuestro objetivo: el Oso Lacio abandonó esa mala costumbre de cazar mariposas y a nuestro jardín no le faltaron, a partir de entonces, flores de variadas tonalidades y mariposas multicolores.

jueves, 15 de enero de 2009

La bicimágica

El día que su papá Isidro le regaló su primera bicicleta, sucedió algo muy extraño. Era una bicicleta ultra moderna con lucecitas y botones raros de colores. Aimé estaba contentísima y quiso que le enseñara a andar lo antes posible.

Ese mismo domingo salieron a un parque y Aimé anduvo toda la mañana en su bicicleta con rueditas. A la tarde ya se sentía una experta y le pidió a su papá:

-Papi, sacale las rueditas.

En los primeros intentos, Aimé se tambaleaba para todos lados, pero con la ayuda de Isidro logró aprender enseguida. Recorría el parque de una punta a la otra, aceleraba la velocidad y ¡hasta andaba sin manos!

-¡Papi, mirá! –le gritaba desde su bicicleta con las manos en alto.

Pero lo que fue verdaderamente extraño sucedió cuando Aimé apretó uno de los botones de colores que había por todos lados: era azul y decía “alas”.

En ese momento, el manubrio se transformó por completo en dos hermosas alas metálicas con algunas plumas en los extremos. Como Aimé estaba pedaleando a toda velocidad, la bicicleta cobró altura enseguida.

Isidro no podía creer lo que estaba viendo. Aimé tenía una sonrisa inmensa y lo saludaba desde lo alto mientras se alejaba hacia algún lugar incierto.

Pronto se perdió de vista y su padre comenzó a preocuparse. Corrió hasta su casa y buscó en Internet datos sobre la bicicleta que había comprado. En la página había un link que parpadeaba y decía: “Respuestas frecuentes para padres preocupados”. Isidro clickeó allí.

Ante sus ojos apareció una lista extensa de datos:

1.- Si su hij@ sale con su bicicleta de noche, ¡no se preocupe!, BICIMÁGICA tiene un sistema de luces automático.

2.- Si su BICIMÁGICA se transforma en un cangrejo mecánico, ¡no se preocupe!, detrás de la oreja izquierda del animal encontrará un botón que dice “cangrejo” que la trasformará nuevamente en su bicicleta tradicional.

3.- Si su hij@ cae al agua con su BICIMÁGICA, ¡no se preocupe!, el sensor de humedad transformará automáticamente su bicicleta en una bicianfibia. Recuerde que un botón con ese nombre se encuentra junto al timón y le permitirá trasformarla nuevamente en su bicicleta tradicional.

4.- Si su hij@ sale volando por los aires con su BICIMÁGICA, ¡no se preocupe!, el GPS de la bicicleta ya ha registrado la dirección de su casa el día en que usted la compró, por lo tanto, después de que su hij@ se canse de vivir extraordinarias aventuras, con sólo pedir en voz alta que quiere regresar, la BICIMÁGICA, lo hará automáticamente.

En ese punto se detuvo Isidro ya que era el que le interesaba. Se quedó pensativo unos instantes y luego decidió llamar por teléfono al negocio donde la compró. Lo atendió una voz grabada que le daba dieciocho opciones. Finalmente logró que alguien lo atendiera.

-¡No se preocupe! –le dijo una señorita, enseguida detectaremos con nuestro satélite donde se encuentra su hija ya que Bicimágica trae un dispositivo que... –Isidro la interrumpió.

-Se puede apurar, por favor... –el padre de Aimé comenzaba a perder la paciencia.

-A ver... a ver...-dijo la señorita –acá está, quédese tranquilo, su hija se encuentra volando sobre la selva amazónica.

-¿¡Qué está diciendo!? –gritó Isidro –¿usted se volvió completamente loca?

-Cálmese, señor, todos estos inconvenientes están pensados por Bicimágica. El sistema de ultravelocidad la devolverá a su casa en un instante, pero la niña debe pedirlo en voz alta...

-¿Y cómo cuernos va a saber mi hija que tiene que pedirlo? –preguntó el padre, angustiado.

-Bueno... este... –la señorita comenzó a dudar -, claro, ¡la llamaremos por teléfono!, porque bicimágica lleva debajo del asiento un teléfono satelital, ya lo comunico..., espere un momento... sí, aquí está, ahora hable con su hija.

-¿Aimé? –preguntó su padre.

-Hola papi, acabo de ver un millón de monos que me saludaban desde los árboles.

-Aimé, escuchame –la interrumpió su padre -, tenés que pedirle en voz alta a la bicicleta que te traiga a casa.

-Pero papá, estoy muy divertida acá... ufa...

-Hija, por favor, quiero que estés en casa inmediatamente –agregó Isidro.

De pronto, se escuchó una interferencia, otra, y la comunicación se cortó. El padre de Aimé tenía los pelos de punta.

Mientras tanto Aimé continuaba volando sobre el río Amazonas. La selva a su alrededor parecía una inmensa alfombra verde. Giró su manubrio de alas y avanzó a toda velocidad en dirección al sur. De pronto, se sorprendió al ver que la selva se acababa de pronto, como si alguien la hubiese cortado con una tijera. Entonces, aparecieron campos de color marrón y otros de color amarillo, “claro, son campos cultivados”, pensó Aimé, sin embargo le dio tristeza que se acabara una selva tan hermosa.

Más adelante se cruzó con una bandada de pájaros que se acercaron para conversar.

-¡Qué hermosa bicicleta! –dijo uno de ellos.

-¡Qué modernidad, esas alas mecánicas!, ojalá tuviera yo una de ésas –agregó otro que parecía ser muy haragán.

Y Aimé se encontraba con tantas cosas interesantes que no quería volver a su casa todavía, así que siguió paseando un rato más.

Pero cuando estaba sobrevolando un campo lleno de palmeras escuchó unos ruidos extraños. Dos oficiales de la policía se acercaban volando hasta ella cada cual en una bicimágica. Desde lejos le hacían señas con las manos. Y lo más sorprendente para la niña fue ver que cerca de ellos venía su propio padre en otra bicimágica.
-¡Hola Aimé! –le gritó Isidro que en ese momento traía una sonrisa tan grande como la de su hija.

-Hola papi –Aimé lo saludaba con las dos manos en alto.

Enseguida se pudieron encontrar y viajaron juntos en sus bicimágicas hasta las montañas de Mendoza. Aimé nunca había visto la nieve y aprovecharon que las altas cumbres estaban nevadas todo el año.

Cuando ya caía la noche decidieron volver. Pidieron en voz alta regresar a casa y a una velocidad ultra rápida ya estaban allí. Finalmente Isidro decidió comprar una bicimágica para él también y a partir de ese día, cada domingo salen de paseo por los lugares más hermosos del planeta.